PORTAFOLIO
Lo que hemos hecho
(EN PLURAL PORQUE HEMOS SIDO MIS PERSONAJES Y YO)

Cuando se nos olvidó recordar el sol

Empacar.. es impresionante cómo una misma escena puede pertenecer a tantas realidades cada una tan distante de la otra. Unos empacan porque se van de vacaciones, otros porque se mudan, algunos por trabajo, otros por verse obligados a salir, muchos por escapar, demasiados por quedarse sin casa.
En mi caso empaco no sólo porque me iré sino porque ya creo haberme ido, y porque entre ese futuro y ese pasado necesito ya un poco de presente, un poco de decisión. Y como toda decisión conjugada en cualquier día marcado como hoy, no tenemos cómo saber si es acertada o no. Sólo cuando ya más adelante podamos conjugar hacia atrás, una vez ya vivido a lo que esa decisión nos llevó, y sólo entonces, es que sabremos si hicimos o no lo que teníamos que hacer.

Se me viene el techo encima y no caben las maletas de pie. Tengo que acostarlas y abrirlas a medias. El dolor no me deja abrirlas por completo. Sería una señal de estar segura de lo que estoy haciendo y prefiero no estarlo. Duele tanto que prefiero quedarme con la idea de que quizá, y por lo menos sólo quizá, sea un error. La posibilidad de estar equivocada es lo único que en este momento me deja tragar. Y es éste el punto más ciego de lo que llaman amor: que no viene con puertas de emergencia incluidas. Por más que te enseñen todas las vías de escape, eres tú quien no quiere tomarlas. No puedes irte de él. O lo sientes o no lo sientes. No es algo que está y puedes decidir dejar un día. Tal vez me engaño y claro que se puede, pero entristece demasiado eso de dejar a alguien a quien aún quieres, ¿no? ¿Cómo se hace algo así?
Nudo en la garganta. Presión en los oídos. ¿En cuántas partes del cuerpo puede quedarse atascada la tristeza? Va haciendo su recorrido a toda velocidad para de repente paralizarse al final de alguna calle sin salida. Más aún cuando he decidido no llorar más. ¿Para qué seguir haciéndolo si siempre nos terminamos secando las lágrimas en vez de dejarlas caer? Quizá necesite un poco de sentido común. La cosa es que no sabría cuál está más lleno del menor sentido común, si el amor o el desamor, si el seguir o no.

Ha pasado demasiado ya, demasiado tiempo, demasiada distancia, demasiado de todo, y ambas lo sabemos. Ambas sabemos que si seguimos sin saber qué hacer, en el fondo es porque sí sabemos lo que toca. Han pasado los días como avenidas que van quedando desdibujadas en el retrovisor. Hemos puesto, ya no recuerdo ni cuándo, las luces intermitentes. Y ahí siguen, meses después, aún puestas. Las vemos titilando una y otra vez. Emociones como discos rayados metidas en un bucle que ninguna detiene porque simplemente no nos da el corazón para acabar de apretar el botón. Y aquí seguimos, quién sabe por cuánto tiempo más, sin arrancar ni bajarnos del carro.
Bajo la ventana de mi lado porque no aguanto. Me falta aire. Me falta tanto el aire. Me faltan también razones para seguir. Las busco día y noche y a como de lugar. Te prometo que no las he dejado de buscar. Las he llegado a buscar hasta sin esperanza de encontrarlas. Y cuando ya tengo demasiadas linternas en mano apuntando cada una hacia una dirección distinta, se me caen todas de golpe. Aún en ese momento cierro los ojos y pienso que igual no estén fuera. Sólo dentro.
Dentro, allí donde he guardado cada mirada tuya como postal de despedida que nunca llegaría. Allí donde nada podía romperse porque el cristal del recuerdo tiene el superpoder de no estallar en mil pedazos mientras no intentáramos repetirlo.. que no hay cómo calcar lo vivido pero seguir viviendo aún hubiese sido una opción, ¿no? Dentro, allí dónde nunca hemos necesitado de más y siempre lo fuimos todo. Nos teníamos y con eso ya teníamos. Si, así de simple. Muy dentro, donde se siguen paseando imágenes alguna vez tan hermosas que no hubo tiempo siquiera de sacar la cámara para poder imprimirlas luego. Allí donde es tanto lo que hemos vivido que pierdo la cuenta de todo lo que habría que dejar, separar. Allí dentro donde cada caricia sumaba y a lo que restaba vida le sabíamos restar importancia. Dentro, allí donde el alma habitó siempre sin compuertas que nos alejaran. Allí donde por más que nos perdiésemos ya teníamos nuestra ruta de regreso más que trazada camino por las venas directo al corazón. Allí donde queriendo preveer alguna tormenta de verano, encuadernamos nuestro amor a tiempo para que no se volasen sus páginas.
Allí dentro donde aún estamos.. aún estás.. aún estoy.. ¿pero cómo saber si aún somos o podemos volver a ser?

Te miro y sé que no sonrío. Antes no me daba cuenta. Ahora no tengo cómo no darme cuenta. Y no sé qué desapareció antes, si mi sonrisa al verte o si has sido tú. Y es que te fuiste, te fuiste apagando como una lámpara con sensor escondido, poco a poco y casi imperceptiblemente hasta desaparecer por completo un día. No pude seguir distinguiéndote entre tanta oscuridad. Y trato de recordar cuándo fue la última vez que vi tu luz. Ni siquiera recuerdo tu última mirada de amor, ni la mia. No me fijé en ellas. No las guardé por no saber que serían las últimas.
Quizá la noche anterior hubiese podido registrarlas. Ese abrazo que nos dimos tan lleno de todo, durante el cual de repente se colaron unos fuegos artificiales de fondo. ¿Por qué será que entre tantos sonidos que hay en el mundo tocaría justo ese en un momento así?, como si hubiesen descargado el archivo equivocado, como si el editor se hubiese equivocado de escena, o como si a nadie se le ocurriese una nueva banda sonora que acompañe esta historia que literalmente de la noche a la mañana, ya no es de amor. Y sí, parece mentira, pero ya no lo es.

Nos hemos perdido y el desencuentro me empuja a la vez que te amarra. La verdad no sabía que se podía estar tan sola estando acompañada. Pero creo que lo estamos. Yo lo estoy. Quizá tú también lo estés, pero no me atrevo a preguntártelo por si la respuesta llegase a doler más que la duda.
– No puedo más – te dije a la mañana siguiente, a pocos minutos de haber despertado.
– ¿Pero qué hora es? – es lo único que pudiste responder.
– ¿Qué más da?
– No sé. Es demasiado temprano.
– No, amor. Es demasiado tarde. ¿Se vale?
– ¿Qué cosa?
– ¿Se vale no poder más? ¿Se vale haber llegado hasta aquí?
– Se vale, sí – me dijiste con más dolor en tu mirada del que puedo soportar ver.
– Perdóname – te dije abrazándote más fuerte que nunca.
El entre paréntesis que nos arropaba aún y parecía protegernos hasta de nosotras mismas, se rompe en mil pedazos cuando te escucho decirme entre lágrimas:
– Te confieso que yo siempre pensé que llegaríamos a viejitas.

Si los silencios tuviesen color, éste hubiese sido negro, vacío y lleno a la vez de todo lo que ya no nos podemos dar. Nunca imaginé que hubiese algo parecido a un hasta aquí entre nosotras, pero creo que ya está aquí. Ya llegó. Llegó y lleva rato ya tocando la puerta. Creo que es hora de abrirle. ¿No crees tú, mi amor? ¿No crees tú? Mi amor..

Estas próximas 24 horas las vamos sellando y amontonando una encima de otra. Dicen que el tiempo no existe pero impresiona ver cómo sabiendo que se nos acaba, necesitamos coleccionar cada segundo, aferrarnos a todo para que no se nos escape ni un detalle, ni un punto suspensivo, ni una sola respiración compartida.

La misma marca de café, la misma cantidad de azúcar e incluso la misma cuchara para medirla, y no, esto no sabe igual, no. ¿Cómo puede un hasta aquí, dos palabras tan sólo, sí, las más duras de escuchar, cambiarle el sabor al café? Las palabras no pueden tener tanto efecto en las cosas. En nosotras, vale ¿pero en las cosas, en el sabor de las cosas? ¿Cómo llega ese dolor hasta ese ingrediente? ¿Cómo viaja? ¿Tiene pasaje el dolor? Y si tiene un pasaje ¿puedo mandarlo de vuelta?
Me hiciste el café, como siempre. Nos sentamos una al lado de la otra, como nunca. Ambas tomamos un primer sorbo, subimos las piernas, nos echamos hacia atrás hasta pegar nuestras espaldas al respaldar del sofá y levantamos la mirada. Así de sincronizado parece ser nuestro final. Y ahí nos quedamos, completamente calladas. Incluso por dentro parece no haber ruído, sólo una nota grave, espesa y demasiado larga. Nos acompaña en esta nueva soledad de dos, ese cielo de finales de agosto, completamente azul con apenas unos pequeños hilos rojos que se asoman entre la luz naranja que intenta darse paso. Al fondo, los autobuses de siempre pasando a la hora de siempre y recogiendo a la gente de siempre. Algunas motos interrumpiendo el comienzo del día y el perro del vecino que ya empieza a pedir calle. No hace calor. Tampoco frío. El aire parece estar quieto. Afuera todo parece estar igual. Aquí dentro no. Algo cambió. Y se me agotaron tanto las palabras que ya ni siquiera sabría decir qué cambió. Pero sí, cuando algo se rompe, cambia su forma y por alguna de las grietas pierde agua. Gotea y gotea hasta perderse en sí mismo.

Sé que hoy terminaré de empacar. Sé que mañana ya me iré. Y sé que ya no volverás a pedirme que me quede. Ya lo has hecho demasiado. Ya lo hemos intentado demasiado aunque nunca sabremos si lo suficiente. Es el riesgo de ser y el riesgo de ser dos, o de llevar tantos años siéndolo. Lo sé pero se me ocurre pedirte que nos despidamos con amor. Me respondes – ¿Y cómo hacemos eso? – y sin poder mirarte aún a los ojos, te digo – Pasando el día juntas. –
Aprietas la taza caliente con tus manos. Tus manos, siempre tan bellas. Esas manos que en apenas horas dejaré de ver, dejarán de tocarme, de buscarme. Esas manos de las cuales nunca he dejado de estar completamente enamorada. Y pienso: tus manos me las llevo. Déjamelas. Déjamelas para besarlas, para olerlas, para cerrar los ojos y quedarme dormida en ellas. Quédate con lo que quieras pero tus manos me las llevo yo.
Respiras profundo buscando un poco de ese oxígeno que nos hemos ido quitando estos meses. Respiras profundo para ver si logras exhalar tanto cansancio para poder volver a inhalar por lo menos un resto de amor. Respiras profundo para no rompernos el corazón más de lo que ya lo tenemos. Respiras profundo y me dices – Claro, amor. Pasemos el día juntas. –

Nos bañamos una después de la otra. Ya juntas no lo haríamos. Ya íbamos colocando líneas transparentes pero predecibles. Nos cruzamos mientras una se viste y la otra acaba de arreglarse. Apenas una caricia, una mano rozando mi cadera, una sonrisa queriendo decirte un “No sé qué estamos haciendo pero con tal de estar contigo..” Recojo un poco la cocina y se me van un poco los tiempos mientras me pregunto qué haré sin esta casa, sin ti. Me acerco al cuarto y te veo inmóvil frente a la ventana. Aprovecho para hacer un grabado de tu espalda. Y así, dibujándote a mano alzada en mi cabeza, comienzo a detestar cada reclamo que te hice, cada mirada desencajada que no supe esconder, cada beso que te quité, cada palabra que terminé transformando en lo peor, cada día archivado en la carpeta del desamor, cada palabra fuera de tiempo, y cada una de las buenas noches que escogí no darte.

De repente te das cuenta que estoy allí, te acercas las manos a los ojos quién sabe si para secarte las lágrimas, quién sabe si buscando despertar de lo que ambas quisiésemos que no estuviese sucediendo. Te volteas, me miras apenas y sales del cuarto. Nos volvemos a cruzar. Se van agotando los gestos y me pregunto con qué llenaremos el día. Apenas podemos hablar, apenas podemos tocarnos, apenas podemos con el día en sí. Estoy a punto de decirte que nos quedemos cuando te escucho desde la sala – ¿Vamos? – Y claro, te respondo con el mismo – Vamos. –
Ese último día fue a la vez el primero de nuestra vida separadas. Sé que a la palabra separación no le pega un plural por rincón alguno, pero hay algo que aún no logramos escribir en singular, menos aún sentirlo. Me iré y podrás ver claramente las sábanas menos arrugadas de mi lado de la cama, mientras yo veré cómo hacer para dormir sin ti. Y me pregunto si esto funciona así: si primero se va la persona y luego la sensación de la persona, y si en efecto ésta última acaba por irse en algún momento. O eso espero. Y es que ahora que ya me he ido, te quiero como llevaba tiempo sin hacerlo.
Ahora toca deshacernos, llorarlo todo, aprender a vivir la una sin la otra, dar las gracias, dejarnos y dejarnos ir.. y sobre todo, no tratar de olvidar lo inolvidable.
Sentada en el tren y ya lejos de casa, encuentro una carta que me has dejado en el bolsillo en la que hace años me habías escrito:

“Ya no se sentía tan grande el mundo cuando me di cuenta que un día las cosas de hoy podían ser cosas de ayer. Tus cosas, las mías, tus ganas, las mías. Tu mirada a veces transparente, a ratos pálida. Mis manos a veces tranquilas, a ratos agrietadas y nerviosas. Empecé a ver cómo serían nuestros recuerdos si un día nos quitamos y lo dejamos. Qué sería lo que más extrañaría de ti. si tu olor por las mañanas, si tu risa, tu vientre o tus caricias, o tu simple decisión de estar conmigo, de seguir conmigo. Y sé que te extrañaría, que se abriría un hueco en mi pecho que tardaría en cerrar. Un día quizá no seamos más que un recuerdo.. por días atesorado, por meses diluído y quién sabe si por años olvidado. Y sólo me queda vivir este tiempo de fotografías instantáneas a tu lado, sin guardarlas por ahora en algún lugar lleno de polvo. Dejarlas todas a la vista, al aire libre, que respiren, que no se transformen en algo amarillento, herido. Y este tiempo es el tiempo que sea, el tiempo que tarde toda nuestra lluvia en caer, el tiempo que tardemos en recorrer todas las calles que lleven nuestro amor de nombre, el tiempo en el que no necesitemos más que estar y querer estar. Amar y querer amar. Mientras tanto y si te parece bien, tan sólo te pido dos cosas, mi amor: que me des toda una vida para despedirme de ti, y que nunca se nos olvide recordar el sol”.