PORTAFOLIO

Lo que hemos hecho

(EN PLURAL PORQUE HEMOS SIDO MIS PERSONAJES Y YO)

Y seguiremos siendo amor

SINOPSIS

¿Qué sentimientos difieren entre la pérdida de un ser querido y la de nuestro amado compañero animal?

Mariana Cabot en su primera página lo describe categóricamente: ninguno. Allí vuelca de manera contundente todo aquello que produce. La autora escoge el formato de diario personal para narrar el dolor, los últimos días de agonía y la despedida de su hija de 4 patas, Fusa. Nos sumerge en un sube y baja de emociones,
la culpa, la justificación, la entrega, el derrumbe y la resiliencia.

El vínculo con ella se profundiza en las miradas, en la colita que se mueve de alegría, en el acompañamiento que carece de palabras y se nutre de silencios.

Una historia que nos plantea el amor que permanece más allá de la muerte.

Mamá dice que veo el mar en todas partes

El borde del toldo sube y baja, se ondula, golpea y se golpea. Papá no entiende por qué me fijo en todo. Él se fija en poco. Bueno, a veces en nada. Niente. Mamá dice que veo el mar en todas partes. Que me invento olas. Que soy azzurro. Que nací en otro cuerpo. Y cuando era aún más chiquito, ella me pintaba aletas en las manos para que me pusiera contento. Mamá hoy está más contenta. Está contenta aunque papá no se fije. Creo que está contenta porque sí. Los peces están contentos porque sí y eso mi piace. Ellos siempre nadaban conmigo. Era su manera de sonreírme. Pero ya no podemos ir a la playa. Creerán que me olvidé de ellos. Los dibujo para que sepan que no es verdad. No sé si las rayitas eran más gordotas. A ver que agarro otro marcador. Así.. así creo que va bene. Yo las veía tan chiquitas. No sé. Me perdía de algunas cosas. Papá había empezado a llevarme a nadar al mar porque en la piscina casi siempre me chocaba con los demás. Me había mandado a hacer unos lentes de natación especiales para no perderme de nada, para no perderme los detalles. No los pude estrenar. Los médicos dicen que mi problema no es genético. Yo creo que sí porque a papá le pasa igual. Le tendré que hacer unos lentes también. Me da cosita cuando no ve lo bonita que está mamá. Aunque creo que hoy sí. Lleva media hora así.. que la ve. Hoy pudieran bailar, ¿verdad? Sempre pueden bailar pero a veces no quieren. O no sé. A papá piace ver a mamá bailare porque baila bonito.. y a mamá ver a papá bailare porque baila feo. Povero. Baila muy mal. Es como el lorito de mi amigo Paolo cuando le da a las patitas. Un día lo sacaré de esa jaula. Es tan triste. Pero no sé cómo. Sabrán que fui yo porque sempre que lo veo me pongo a llorar. Su familia se ríe de mí. Paolo no se ríe pero me mira raro. Pero es raro Nico ahí.. detrás de esas rejas. Me gustaría no ver esas rayas. Pero esas sí las veo no sé por qué. Un día le dije a Paolo que no me pegaban esos dos dibujos juntos – “A Nico habría que dibujarlo en otro lado. Con más verde de fondo”. – Y me respondió – “Tú y tus dibujos”. – Ese día llegué llorando a casa. Mamá me dijo – “Zu.. la gente no es como tú. Tú ves el mismo dibujo.. del que nada en el mar.. y del que no se mueve en el plato”. – Y le dije – “Es que es el mismo, mamá.. te lo juro. Tiene la manchita en el mismo lugar de la colita y todo. No puede ser otro”. –

Fuera de foco

Santi, ¿puedes abrir la puerta? ¡Santiago! ¿Santiago? Nada. Ya abro yo. ¡Voy!

¿Hola? ¿No hay nadie?

No.

Nadie.

Me pierdo un poco.

Confieso que sí. Que me pierdo. Eso de que el tiempo esté ahí de pie, mirándome, como esperándome, insinuándome no sé qué, no lo llevo muy bien. Es que no me aclaro, y al final del día todo se ve igual. Como si no hubiese pasado el día. O como si hoy pudiese ser ese mismo miércoles de hace un año.

Ese día. ¿Qué pasó ese día? Algo pasó. Algo pasó.

Y es que, a todas éstas, ¿quién nos hace esta maldad de ir vaciando el calendario? Bajo mi consentimiento no es. No recuerdo haber pedido ese servicio. No me llegaste a decir si tengo que pagarlo. Qué puesto de trabajo ése de ir pasándole páginas a quien no las quiere pasar… Pero claro, si no lo hacen por mí, no lo haría por mí misma. ¿No crees?

Miércoles 12 de enero. Es verdad. Ya me ha dicho Lucía varias veces que te has ido. Claro. Pero no sé yo. La Lucía hay veces que me inventa cosas. Y lo peor es que luego dice que soy yo quien las ha inventado. Y le digo: “¿Sí? Espero que no me vayas a decir ahora que a tu padre también me lo he inventado, ¿no? Que ya me dirás tú cómo te hice yo sola”.

No me he inventado tu vida, mucho menos tengo ganas de inventarme tu muerte, Santi. Mi Santi.

Sí… ya. Ya. Ahora sí que lo recuerdo. La verdad es que podías haber sido un poco más fuerte, un poco más duradero, que ya a los sesenta te me has ido. Y ahora me insinúa la vecina del 4to. que la que se ha quedado un poco ida soy yo. Siempre que me ve en el ascensor me pregunta cómo voy tirando. Pues no lo sé. A veces ni sé si estoy o no estoy.

Un día me vio colgando ropa en el balcón, y me dijo asombrada al ver que no había ropa: “Encarna, ¿pero qué haces?” … Colgando mis horas para que me esperen aquí mientras trato de ver qué hacer con ellas.

Ay, mi Santi, no sé qué es peor, si tu muerte o mi soledad. Quizá son lo mismo. Quizá son lo mismo.

Menos mal que me dejaste este pisito con balcón. Y además están las plantas, nuestras plantas, que parecen ser lo único pidiendo vida en esta casa. Lo único.

Se suponía que me moría yo antes. Pero no, con casi veinte años más que tú, aquí sigo y te me vas… un día sí, otro no. Hoy estás y podría jurarlo. Claro que estás. Si hasta puedo oler a leguas la colonia barata de viejo que te encantaba. Me decías que te la ponías para parecer de mi edad. Tonto. Y también llevo todo el día escuchándote arrastrar las zapatillas de cuadritos que te regalé en Navidad. Recuerdo haberte dicho: “Mira, son como tú, que me haces la vida a cuadros”. Ahí están aún, mal lavadas, mal guardadas, tan usadas, demasiado usadas. Todo es demasiado. ¿Y qué cosa puede no ser demasiado después de treinta años juntos? Me repetiste una vez más hace poco que yo era tu media naranja porque era la mitad de tu vida. Igual te estabas más rato y no te morías justo a los sesenta, ¿no? ¿Y ahora mi mitad quién me la completa? ¿Cuánto sumo yo sola? ¿O es que me he quedado viva para ver cómo todo va restando?

Y de la noche a la mañana, resta también mi alrededor.

No reconozco nuestro piso así de vacío. No comprendo por qué lo está. O más bien por qué parece ya no estar. Siete maletas, creo que todas mías. Cuatro cajas grandes, otras tres rotas. Sacos y sacos. Pesan más que la arena, pero menos que el dolor. Uno de ellos hay que agrietarlo y dejarlo llorar un poco, para que quepa por la puerta cuando se lo lleven. Me mojaré con tanta lágrima. Aún no consigo ropa impermeable. Aún no. Seguiré buscando mientras sigo llorando.

Y aquí estoy, sin muebles donde sentar el pánico. Tendrá que quedarse de pie. Quizá así se canse más rápido y me deje dormir. Dormir.

¿Dónde estás, Santi? Te llevaste nuestros recuerdos en un bolsillo y quedé yo por fuera. Y después de tanta pérdida, me urge ponerle un adjetivo posesivo a este lugar. Pero hoy me han dicho que ya no es mío. Así, sin más. Me quedo sin barco. Y yo que pensaba pintarlo tras el naufragio. Parece un columpio que, aunque oxidado, todavía parece llevarse bien con el viento y sus antojos. Parece un armario a medio abrir, una manilla manchada de tanta mano. Manos que acariciaron y dedicaron, pero manos que también despidieron. Habrá que barnizar un poco tanto desgaste. Y ahora todo se ve distinto. El cielo, aunque el mismo, se ve distinto, fuera de foco. Se me ha traspapelado todo un poco. Hora de vaciar el sacapuntas. Tanto darle vueltas al lápiz… Una y otra vez.

Quiero morirme como tú… en casa, tranquila. Quiero cerrar los ojos. Quiero respirar y dejar de hacerlo. ¿A dónde me llevan, Santi? No me quiero ir. ¿No vienes conmigo? Es verdad que ya no estás.  Eso me han dicho y me siguen diciendo. Eso me han dicho y me siguen diciendo.

¿Te espero? ¿O me esperas tú a mí?

Ya está todo embalado. Sólo falto yo.

¿Santi? ¿Eres tú?

Lockdown

A cada uno le toca su hora de sol. Esperan su vuelta como si fuesen todos partes de una pieza de stop motion. Es como si se pasasen la luz de un balcón a otro. Cuadro a cuadro, segundo a segundo, intercalando latidos. Van llenándose de reflejos. Los creen blancos pero son en realidad transparentes. Y en lo traslúcido poca sombra hay. Cambian por un momento a ese color con el que siempre pintan el sol, ese amarillo anaranjado. Simplemente son por un momento y podríamos decir que hasta felices. Por tan sólo un momento al día. – “Uno, por favor” – pediría alguno. Aunque no distingan si es prestada esa imagen, robada o si son ellos mismos. Aun así, les llega. No tienen cómo comprender tanto en tan poco tiempo. Ha sido todo demasiado repentino aunque lo inesperado no hay cómo esperarlo. Toca planear después de tanto aletear. Toca respirar. Toca confiar. Soltar.

De repente les toca amanecer sin alarmas y aprender a irse a dormir sin necesitarlas. Tanto enseñarse unos a otros a ponerlas por todas partes como boyas en mar abierto. Tanto hacerse adictos a ellas porque sin ellas no recordarían lo importante. Tanto no creer que se puede vivir de otra manera. Y es que en sus mesitas de noche, justo al lado de las fotos de sus familias, están sus mañanas queriendo comenzar. Si las encendieran, podría ser el primer día del resto de sus decisiones. Una de ellas: cambiar a primera persona del plural sin darse cuenta siquiera. La plural que va de la mano con la singular.. que mientras las dejen salir a caminar juntas, igual son una con cualquier tiempo verbal. Y es que al final han sido, son y serán.. siempre uno. Entre pulso y pulso, de corazónes rotos, sí, pero vueltos a coser.

¿Será todo esto una nueva forma de conjugar? Así, echándose de menos, entendiendo que no hay cable que no pase por el amor, que no hay por qué siempre romper el silencio, que también se puede romper el ruido. Dejarse cambiar por un rato aunque sea, dejar de vestirse tanto y pasar a ser terrazas para amanecer desnudos sin darse cuenta, sin planes porque ya no les valen, sin fechas porque las perdieron.

Y pensar que sonaría a poesía que los abrazos serían lo más anhelado y los relojes lo más inútil. Y ahora ¿qué quedará de ellos después de todo esto?, o mas bien ¿con qué se quedarán? Quizá esa polaroid a medio llenar, aún por aparecer.. ahora con trazos más propios y menos ajenos porque no han tenido cómo alejarse de sus propios lentes. Habrá sido un tiempo de primeros planos. Les quedará esperar haber revelado cada negativo para no olvidar la imagen de lo que habrán sido estos días. Quizá más cercanos por la distancia que les tocó. Quizá ese paso de invierno a primavera hasta llegar al verano. Una primavera como ninguna y un verano de sombrillas en calma y persianas vueltas a abrir. Un verano dibujado con trazos de gratitud. Un verano de viajes hacia dentro hasta llegar al otoño. Un otoño de pequeñas grandes cosas. Estaciones llenas de aviones de papel sobrevolando de un balcón a otro. Y quizá, sobre todo y ¿por qué no?.. una nueva forma de ser.

Promesas mareadas

Algo así como unos cincuenta años más tarde, estaría ella sentada frente a la misma playa que una vez recogió todas sus promesas.

La arena cambia. Va y viene. Y de repente, la marea trae una botella de un verde profundo. Ella toma la botella y se da cuenta que contiene un papel. Mira a su alrededor y abre la botella. Saca el papel escrito a mano y descubre una infinita lista de promesas y promesas. Su mirada se congela. Mete el papel en la botella, la cierra, y la regresa al mar para que la marea se la trague de nuevo.

La pobre mujer, después de tantos años, fue incapaz de reconocer su propia letra.

Cuando se nos olvidó recordar el sol

Empacar.. es impresionante cómo una misma escena puede pertenecer a tantas realidades cada una tan distante de la otra. Unos empacan porque se van de vacaciones, otros porque se mudan, algunos por trabajo, otros por verse obligados a salir, muchos por escapar, demasiados por quedarse sin casa.
En mi caso empaco no sólo porque me iré sino porque ya creo haberme ido, y porque entre ese futuro y ese pasado necesito ya un poco de presente, un poco de decisión. Y como toda decisión conjugada en cualquier día marcado como hoy, no tenemos cómo saber si es acertada o no. Sólo cuando ya más adelante podamos conjugar hacia atrás, una vez ya vivido a lo que esa decisión nos llevó, y sólo entonces, es que sabremos si hicimos o no lo que teníamos que hacer.

Se me viene el techo encima y no caben las maletas de pie. Tengo que acostarlas y abrirlas a medias. El dolor no me deja abrirlas por completo. Sería una señal de estar segura de lo que estoy haciendo y prefiero no estarlo. Duele tanto que prefiero quedarme con la idea de que quizá, y por lo menos sólo quizá, sea un error. La posibilidad de estar equivocada es lo único que en este momento me deja tragar. Y es éste el punto más ciego de lo que llaman amor: que no viene con puertas de emergencia incluidas. Por más que te enseñen todas las vías de escape, eres tú quien no quiere tomarlas. No puedes irte de él. O lo sientes o no lo sientes. No es algo que está y puedes decidir dejar un día. Tal vez me engaño y claro que se puede, pero entristece demasiado eso de dejar a alguien a quien aún quieres, ¿no? ¿Cómo se hace algo así?
Nudo en la garganta. Presión en los oídos. ¿En cuántas partes del cuerpo puede quedarse atascada la tristeza? Va haciendo su recorrido a toda velocidad para de repente paralizarse al final de alguna calle sin salida. Más aún cuando he decidido no llorar más. ¿Para qué seguir haciéndolo si siempre nos terminamos secando las lágrimas en vez de dejarlas caer? Quizá necesite un poco de sentido común. La cosa es que no sabría cuál está más lleno del menor sentido común, si el amor o el desamor, si el seguir o no.

Ha pasado demasiado ya, demasiado tiempo, demasiada distancia, demasiado de todo, y ambas lo sabemos. Ambas sabemos que si seguimos sin saber qué hacer, en el fondo es porque sí sabemos lo que toca. Han pasado los días como avenidas que van quedando desdibujadas en el retrovisor. Hemos puesto, ya no recuerdo ni cuándo, las luces intermitentes. Y ahí siguen, meses después, aún puestas. Las vemos titilando una y otra vez. Emociones como discos rayados metidas en un bucle que ninguna detiene porque simplemente no nos da el corazón para acabar de apretar el botón. Y aquí seguimos, quién sabe por cuánto tiempo más, sin arrancar ni bajarnos del carro.
Bajo la ventana de mi lado porque no aguanto. Me falta aire. Me falta tanto el aire. Me faltan también razones para seguir. Las busco día y noche y a como de lugar. Te prometo que no las he dejado de buscar. Las he llegado a buscar hasta sin esperanza de encontrarlas. Y cuando ya tengo demasiadas linternas en mano apuntando cada una hacia una dirección distinta, se me caen todas de golpe. Aún en ese momento cierro los ojos y pienso que igual no estén fuera. Sólo dentro.
Dentro, allí donde he guardado cada mirada tuya como postal de despedida que nunca llegaría. Allí donde nada podía romperse porque el cristal del recuerdo tiene el superpoder de no estallar en mil pedazos mientras no intentáramos repetirlo.. que no hay cómo calcar lo vivido pero seguir viviendo aún hubiese sido una opción, ¿no? Dentro, allí dónde nunca hemos necesitado de más y siempre lo fuimos todo. Nos teníamos y con eso ya teníamos. Si, así de simple. Muy dentro, donde se siguen paseando imágenes alguna vez tan hermosas que no hubo tiempo siquiera de sacar la cámara para poder imprimirlas luego. Allí donde es tanto lo que hemos vivido que pierdo la cuenta de todo lo que habría que dejar, separar. Allí dentro donde cada caricia sumaba y a lo que restaba vida le sabíamos restar importancia. Dentro, allí donde el alma habitó siempre sin compuertas que nos alejaran. Allí donde por más que nos perdiésemos ya teníamos nuestra ruta de regreso más que trazada camino por las venas directo al corazón. Allí donde queriendo preveer alguna tormenta de verano, encuadernamos nuestro amor a tiempo para que no se volasen sus páginas.
Allí dentro donde aún estamos.. aún estás.. aún estoy.. ¿pero cómo saber si aún somos o podemos volver a ser?

Te miro y sé que no sonrío. Antes no me daba cuenta. Ahora no tengo cómo no darme cuenta. Y no sé qué desapareció antes, si mi sonrisa al verte o si has sido tú. Y es que te fuiste, te fuiste apagando como una lámpara con sensor escondido, poco a poco y casi imperceptiblemente hasta desaparecer por completo un día. No pude seguir distinguiéndote entre tanta oscuridad. Y trato de recordar cuándo fue la última vez que vi tu luz. Ni siquiera recuerdo tu última mirada de amor, ni la mia. No me fijé en ellas. No las guardé por no saber que serían las últimas.
Quizá la noche anterior hubiese podido registrarlas. Ese abrazo que nos dimos tan lleno de todo, durante el cual de repente se colaron unos fuegos artificiales de fondo. ¿Por qué será que entre tantos sonidos que hay en el mundo tocaría justo ese en un momento así?, como si hubiesen descargado el archivo equivocado, como si el editor se hubiese equivocado de escena, o como si a nadie se le ocurriese una nueva banda sonora que acompañe esta historia que literalmente de la noche a la mañana, ya no es de amor. Y sí, parece mentira, pero ya no lo es.

Nos hemos perdido y el desencuentro me empuja a la vez que te amarra. La verdad no sabía que se podía estar tan sola estando acompañada. Pero creo que lo estamos. Yo lo estoy. Quizá tú también lo estés, pero no me atrevo a preguntártelo por si la respuesta llegase a doler más que la duda.
– No puedo más – te dije a la mañana siguiente, a pocos minutos de haber despertado.
– ¿Pero qué hora es? – es lo único que pudiste responder.
– ¿Qué más da?
– No sé. Es demasiado temprano.
– No, amor. Es demasiado tarde. ¿Se vale?
– ¿Qué cosa?
– ¿Se vale no poder más? ¿Se vale haber llegado hasta aquí?
– Se vale, sí – me dijiste con más dolor en tu mirada del que puedo soportar ver.
– Perdóname – te dije abrazándote más fuerte que nunca.
El entre paréntesis que nos arropaba aún y parecía protegernos hasta de nosotras mismas, se rompe en mil pedazos cuando te escucho decirme entre lágrimas:
– Te confieso que yo siempre pensé que llegaríamos a viejitas.

Si los silencios tuviesen color, éste hubiese sido negro, vacío y lleno a la vez de todo lo que ya no nos podemos dar. Nunca imaginé que hubiese algo parecido a un hasta aquí entre nosotras, pero creo que ya está aquí. Ya llegó. Llegó y lleva rato ya tocando la puerta. Creo que es hora de abrirle. ¿No crees tú, mi amor? ¿No crees tú? Mi amor..

Estas próximas 24 horas las vamos sellando y amontonando una encima de otra. Dicen que el tiempo no existe pero impresiona ver cómo sabiendo que se nos acaba, necesitamos coleccionar cada segundo, aferrarnos a todo para que no se nos escape ni un detalle, ni un punto suspensivo, ni una sola respiración compartida.

La misma marca de café, la misma cantidad de azúcar e incluso la misma cuchara para medirla, y no, esto no sabe igual, no. ¿Cómo puede un hasta aquí, dos palabras tan sólo, sí, las más duras de escuchar, cambiarle el sabor al café? Las palabras no pueden tener tanto efecto en las cosas. En nosotras, vale ¿pero en las cosas, en el sabor de las cosas? ¿Cómo llega ese dolor hasta ese ingrediente? ¿Cómo viaja? ¿Tiene pasaje el dolor? Y si tiene un pasaje ¿puedo mandarlo de vuelta?
Me hiciste el café, como siempre. Nos sentamos una al lado de la otra, como nunca. Ambas tomamos un primer sorbo, subimos las piernas, nos echamos hacia atrás hasta pegar nuestras espaldas al respaldar del sofá y levantamos la mirada. Así de sincronizado parece ser nuestro final. Y ahí nos quedamos, completamente calladas. Incluso por dentro parece no haber ruído, sólo una nota grave, espesa y demasiado larga. Nos acompaña en esta nueva soledad de dos, ese cielo de finales de agosto, completamente azul con apenas unos pequeños hilos rojos que se asoman entre la luz naranja que intenta darse paso. Al fondo, los autobuses de siempre pasando a la hora de siempre y recogiendo a la gente de siempre. Algunas motos interrumpiendo el comienzo del día y el perro del vecino que ya empieza a pedir calle. No hace calor. Tampoco frío. El aire parece estar quieto. Afuera todo parece estar igual. Aquí dentro no. Algo cambió. Y se me agotaron tanto las palabras que ya ni siquiera sabría decir qué cambió. Pero sí, cuando algo se rompe, cambia su forma y por alguna de las grietas pierde agua. Gotea y gotea hasta perderse en sí mismo.

Sé que hoy terminaré de empacar. Sé que mañana ya me iré. Y sé que ya no volverás a pedirme que me quede. Ya lo has hecho demasiado. Ya lo hemos intentado demasiado aunque nunca sabremos si lo suficiente. Es el riesgo de ser y el riesgo de ser dos, o de llevar tantos años siéndolo. Lo sé pero se me ocurre pedirte que nos despidamos con amor. Me respondes – ¿Y cómo hacemos eso? – y sin poder mirarte aún a los ojos, te digo – Pasando el día juntas. –
Aprietas la taza caliente con tus manos. Tus manos, siempre tan bellas. Esas manos que en apenas horas dejaré de ver, dejarán de tocarme, de buscarme. Esas manos de las cuales nunca he dejado de estar completamente enamorada. Y pienso: tus manos me las llevo. Déjamelas. Déjamelas para besarlas, para olerlas, para cerrar los ojos y quedarme dormida en ellas. Quédate con lo que quieras pero tus manos me las llevo yo.
Respiras profundo buscando un poco de ese oxígeno que nos hemos ido quitando estos meses. Respiras profundo para ver si logras exhalar tanto cansancio para poder volver a inhalar por lo menos un resto de amor. Respiras profundo para no rompernos el corazón más de lo que ya lo tenemos. Respiras profundo y me dices – Claro, amor. Pasemos el día juntas. –

Nos bañamos una después de la otra. Ya juntas no lo haríamos. Ya íbamos colocando líneas transparentes pero predecibles. Nos cruzamos mientras una se viste y la otra acaba de arreglarse. Apenas una caricia, una mano rozando mi cadera, una sonrisa queriendo decirte un “No sé qué estamos haciendo pero con tal de estar contigo..” Recojo un poco la cocina y se me van un poco los tiempos mientras me pregunto qué haré sin esta casa, sin ti. Me acerco al cuarto y te veo inmóvil frente a la ventana. Aprovecho para hacer un grabado de tu espalda. Y así, dibujándote a mano alzada en mi cabeza, comienzo a detestar cada reclamo que te hice, cada mirada desencajada que no supe esconder, cada beso que te quité, cada palabra que terminé transformando en lo peor, cada día archivado en la carpeta del desamor, cada palabra fuera de tiempo, y cada una de las buenas noches que escogí no darte.

De repente te das cuenta que estoy allí, te acercas las manos a los ojos quién sabe si para secarte las lágrimas, quién sabe si buscando despertar de lo que ambas quisiésemos que no estuviese sucediendo. Te volteas, me miras apenas y sales del cuarto. Nos volvemos a cruzar. Se van agotando los gestos y me pregunto con qué llenaremos el día. Apenas podemos hablar, apenas podemos tocarnos, apenas podemos con el día en sí. Estoy a punto de decirte que nos quedemos cuando te escucho desde la sala – ¿Vamos? – Y claro, te respondo con el mismo – Vamos. –
Ese último día fue a la vez el primero de nuestra vida separadas. Sé que a la palabra separación no le pega un plural por rincón alguno, pero hay algo que aún no logramos escribir en singular, menos aún sentirlo. Me iré y podrás ver claramente las sábanas menos arrugadas de mi lado de la cama, mientras yo veré cómo hacer para dormir sin ti. Y me pregunto si esto funciona así: si primero se va la persona y luego la sensación de la persona, y si en efecto ésta última acaba por irse en algún momento. O eso espero. Y es que ahora que ya me he ido, te quiero como llevaba tiempo sin hacerlo.
Ahora toca deshacernos, llorarlo todo, aprender a vivir la una sin la otra, dar las gracias, dejarnos y dejarnos ir.. y sobre todo, no tratar de olvidar lo inolvidable.
Sentada en el tren y ya lejos de casa, encuentro una carta que me has dejado en el bolsillo en la que hace años me habías escrito:

“Ya no se sentía tan grande el mundo cuando me di cuenta que un día las cosas de hoy podían ser cosas de ayer. Tus cosas, las mías, tus ganas, las mías. Tu mirada a veces transparente, a ratos pálida. Mis manos a veces tranquilas, a ratos agrietadas y nerviosas. Empecé a ver cómo serían nuestros recuerdos si un día nos quitamos y lo dejamos. Qué sería lo que más extrañaría de ti. si tu olor por las mañanas, si tu risa, tu vientre o tus caricias, o tu simple decisión de estar conmigo, de seguir conmigo. Y sé que te extrañaría, que se abriría un hueco en mi pecho que tardaría en cerrar. Un día quizá no seamos más que un recuerdo.. por días atesorado, por meses diluído y quién sabe si por años olvidado. Y sólo me queda vivir este tiempo de fotografías instantáneas a tu lado, sin guardarlas por ahora en algún lugar lleno de polvo. Dejarlas todas a la vista, al aire libre, que respiren, que no se transformen en algo amarillento, herido. Y este tiempo es el tiempo que sea, el tiempo que tarde toda nuestra lluvia en caer, el tiempo que tardemos en recorrer todas las calles que lleven nuestro amor de nombre, el tiempo en el que no necesitemos más que estar y querer estar. Amar y querer amar. Mientras tanto y si te parece bien, tan sólo te pido dos cosas, mi amor: que me des toda una vida para despedirme de ti, y que nunca se nos olvide recordar el sol”.

Escritor al fin y al cabo

Es ahora o nunca, coño. Yo bien sé que no soy nadie, pero ella tiene que saber que un hombre la ama así como yo. Ella tiene que saber el esfuerzo inhumano que hago día a día, por esconderme detrás de un conveniente “Hola, ¿cómo estás?” y de un cortés “Un beso, linda, que te vaya bien”. No puedo seguir temblando cada vez que la veo, como pidiendo suero a gritos. Además me jode que no sepa que lo único que hago antes de dormir es decirle en mi cabeza cual perfectísimo imbécil: “Hasta mañana, amor”. Me jode, me jode terriblemente saberme tan solo, tan solo, pero tan solo dentro de este sentimiento, que ni siquiera he podido compartirlo con ella a manera de dato informativo. Si tan sólo supiera que cada vez que se ríe me entristezco porque lo único que me provoca es caerle a besos, sabiendo que no puedo. Si tan sólo supiese cuántas veces he estado a micro-segundos de decirle todo lo que siento por ella. Sé que nada logro, sé que nada encontraré, o peor aún… sé que nada busco con decírselo. Sé muy bien cómo reaccionará. No le resultará algo tan sorpresivo. Soy un pobre carajo, transparente, obvio y predecible, y reaccionará de la manera más dulce y madura posible, cogiéndome de la mano, dándome unas cuántas miserables palmaditas en la espalda, haciéndome saber cuánto me quiere y cuánto le duele no poder corresponderme de la manera en que merezco ser correspondido. Ya, ya lo sé, me sé la historia completica, de memoria y hasta en varios idiomas. Sé que es una grandísima estupidez lo que estoy a punto de hacer, pero debo decirle que me he enamorado completamente de ella. Lo he decidido.

Se lo he dicho, después de largo rato desenredando el puto nudo en la garganta, se lo he dicho. Para sorpresa mía, ella se sorprende, me mira fijamente con una mirada que poco entiendo y luego de un rato, se acerca a mí y me besa. Al cabo de unos pocos segundos, la aparto, respiro profundo, me paro del sofá, cojo mi abrigo y me dirijo violentamente hacia la puerta. La abro y antes de salir disparado por la escalera, me volteo para decirle: “Perdona, es que esto no estaba escrito”.

En el tren hacia ti

Los pueblos pasan volando, volando hacia atrás. Cada casa, cada persona y cada pedazo de calle, va quedando atrás. Cada segundo y cada recuerdo, van llegando hasta el último vagón hasta desaparecer.

     Te pienso. Pienso en mi llegada, en las horas que faltan para completar mis pensamientos junto a los tuyos, en si ahora seremos felices, en si habrá sido la decisión correcta el volver a intentarlo. Pienso en por qué será que estamos hechos como estamos hechos, si realmente te conozco después de tantos años, ¿me conoces tú a mí? Pienso en si decidirás ponerte el mismo perfume de siempre o sorprenderme con un nuevo registro de piel. Pienso en si este tiempo que ha pasado sin vernos nos habrá distanciado o unido aún más, en si te gustará la camisa que me compré para verte de nuevo, en si realmente ya me habrás perdonado todo lo que hice. Pienso en si es un honor saber que nadie puede hacerte tanto daño como yo, la mujer que te ama. Pienso en si te amo.

     Y allí, en ese pensamiento, me detengo, me detengo a pensar: ¿es esto algo que realmente se piensa? ¿si uno ama a una persona o no?

     Decido bajarme una estación antes. Decido regresar. Decido quedarme con mi decisión y a cambio, mandarte el tren de mis pensamientos.